martes, 27 de marzo de 2012

LA COMUNIDAD COSMICA - Ramiro Reynaga




LA COMUNIDAD COSMICA

Hace apenas 500 años la red de pueblos comunales se extendía desde los hielos de Alaska hasta los de la Patagonia. Com¬partian raíces y estilos. La variedad de climas y suelos sólo dio matiz regional a vestidos y ciertas costumbres.

Esta confederación elástica de naciones, iguales por dentro y parecidas por fuera, generó dos concentraciones mayores. Una en las selvas húmedas de Guatemala y llanuras centrales de México. La otra asentada en las laderas andinas y alrededores del lago Titikaka.

Mayas-Qhichés en el norte y Aymaras-Kheswas en el sur resultan de una memoria de tradiciones, de una sabiduría cris¬talizada pacientemente a lo largo de más de 500 siglos de aprendi¬zaje. En la península mexicana de Yucatán tan solo 142.000 pi¬rámides fueron construidas.

Y cada pirámide es libro público, ostensible, con conocimientos tallados, para asegurar que la sa¬biduría comunitaria estuviera siempre compartida. En Mérida, Mé¬xico. Carlos Darwin vio dibujada en una pirámide la evolución de la vida a través de las especies. Vio al microorganismo formándose en el agua, adquiriendo aletas y convirtiéndose en pez. Obser¬vó sus aletas volviéndose patas al abandonar el agua y arrastrarse a la tierra ya reptil, y siguiendo su evolución hasta el humano. La pirámide no termina en punta porque el humano no es el fin de la evolución.

La sabiduría Maya-Qhiché su juventud creó el maiz, domesticando y, mezclando granos silvestres hoy desaparecidos co¬mo el tripsacum. La sabiduría Aymara-Kheswa creó la papa, las 200 variedades, partiendo de tubérculos amargos no comibles, domesticándolos y experimentando mutaciones pacientemente. Ni maíz ni papa, a diferencia de trigo y arroz. nacen o existen silvestres. La mazorca necesita ser desgranada y dispersada para completar su ciclo de vida. Los tubérculos de la papa pertenecen a una sola raíz y tallo. Sin mano humana que los esparza en una temporada agotan su porción de tierra.

Ambas tradiciones dibujaron un símbolo común: el águila mexicana y el cóndor andino con los cuellos enlazados. Su parentesco es patente en las ruinas y en el hoy. Olmecas quienes antecedieron a Mavas y Chavines quienes antecedieron a Incas dibujaron y tallaron la energía con figura de Jaguar en la misma época. Un jaguar es de jungla, el otro de alta montaña, pero sus proporciones y actitudes son iguales. Los pueblos del sur sabían que la vida de este planeta surgió de la unión del Sol con la Tierra. Los pueblos del norte cuentan: el Sol disparó un cuchillo de fuego que cruzó la noche sideral para hendir y fecundar a la Tierra, la madre Coatlihue.

Ambas concentraciones de pueblos vivían básicamente de vegetales, frutas y comida marina. El análisis de los coprolitos, excrementos humanos fosilizados, y de los dientes de las chull¬pas sentencian: no necesitaron ser carnívoros para sobrevivir.

En la costa ondina el maíz se sembraba encerrando cada gra¬no en las mandíbulas de una anchoveta o sardina. En el norte jun¬to al grano enterraban cabezas del mismo pez. Así capturaron la energía solar acumulada en el plancton marino, alimento del pececillo, y la hicieron digerible para el cuerpo humano. Cada plan¬tita de maíz nació junto a su carga energética necesaria para su desarrollo óptimo. Desde entonces el maíz habilita circuitos eléc¬tricos cerebrales. Por él las explicaciones de los pueblos del norte sobre la vida, muerte, Cosmos, de tan exactas y profundas ya son poesía, por el uso de una alta proporción de los 16 millones de cir¬cuitos cerebrales humanos, hoy dormidos.

El parentesco está hoy en la vida diaria, en sistemas de tra¬bajo, idiomas sin "erres" ásperas, en la comunidad del Callpulli y Ejido mexicanos y el Ayllu andino, en la medicina natural y en objetos de uso corriente como la rueca incaica, usada y cons¬truida en la misma forma en las selvas centroamericanas.

La vida inca fue organización centralizada de varios pueblos comunales, llamada Tawantinsuyu (Kheswa, Tawa-cuatro, Inti¬-Sol, suyu-región). El Ayllu de Ayllus estaba formado por cuatro regiones: Kollasuyu, Chinchasuyu, Antisuyu y Cuntisuyu. Se exten¬dió de Cali, Colombia, a Valdivia, sur de Chile y del océano a la jungla amazónica. Durante más de 50 milenios los pueblos andinos crecieron. De la colectividad recolectora de frutos silvestres a la colectividad agraria y pastora y de ésta a la comunidad científi¬camente organizada por leyes cósmicas.

El pensamiento indio no cayó en la metafísica abstracta. Pensar indio es acción concreta sobre cosas o hechos concretos y útiles. Es sentir en la mente A¬gua, Tierra, Viento, Sol mezclándose en armonía perfecta.

La men¬te india analiza, valora y cataloga
causas de nuestra vida.

La comuna agraria creció a comuna cósmica cuando captó la armonía viva del universo. Cuando sintió sus latidos como la suma infinita de contracciones y dilataciones de todos los astros, de aspiraciones y espiraciones de todas las plantas y animales, de sístoles y diástoles de todos los corazones, del dar y del tomar de todas las cosas.

Estos dos momentos con su oscilación mantienen la vida que conocemos. Ellos también existen como luz y sombra, calor y frío, verano e invierno, día y noche. Por eso no es nues¬tra la oposición bien-mal, dios-satán, amor-odio. Nuestro padre, el Sol, no tiene su opuesto enemigo en la Luna, ni en la tierra, sino sus complementos. Sentimos la diferencia bien - menos bien, me gusta más - me gusta menos, ambos necesarios para la vida en uno u otro momento.

En la armonía universal desde las hormigas hasta las estrellas todos los seres tenemos nuestro lugar, todos estamos formados por elementos químicos del mismo conjunto y sujetos a las mismas leyes naturales que reglan fecundidad, nacimiento y muer¬te. Todos dependemos de todos. La plantita ha nacido por el tra¬bajo comunitario de Lluvias, Sol, Tierra y otras entidades conjuntas. Cuando comemos la plantita estamos comiendo energía cósmica. Nuestra sangre es cosmos licuado. Somos 1/4 parte ener¬gía solar y 3/4 partes agua.

Plantas y animales cogen o matan otras plantas y animales sin romper el equilibrio natural porque lo hacen en la medida jus¬ta para mantener su vida. En el Tawantinsuyu y en la Comunidad se coge o mata vegetales y animales en la medida justa para man¬tener nuestra vida, nuestra calidad de eslabón cósmico. El asesi¬nato, la caza, no era ni es diversión o deporte.

No nos alegró ni nos alegra la destrucción inútil
de otras formas de vida.

Colectivamente se sintió: todos los seres del universo además de tener los mismos elementos y depender unos de otros, por la evolución cíclica en espiral eterna, son lo mismo. Todo lo que exis¬te es ser humano en diferente momento de evolución. Todos fui¬mos o seremos estrellas cuando la rueda cíclica enlace otros tiem¬pos y otros espacios. En 1970 soldaba para David Alfaro Siqueiros, el famoso pintor mexicano, las esculturas de su gigantesco mural La Marcha de la Humanidad. Me interesó una momia congelada en el momento de alzar vuelo. El maestro me explicó: "Es un azte¬ca recién muerto, vuela a fundirse con Venus".

Sintiéndonos y sabiéndonos eslabón, insignificante y cósmi¬co al mismo tiempo, podemos hablar con "ríos y montañas, salu¬darlos, pedirles permiso para atravesarlos. Percibir sus cambios y humor. Sentirnos siempre acompañados por las diferentes for¬mas que adquiere la vida en cada momento. Los pescadores jóvenes suelen preguntar a los viejos: ¿Cómo hay que saludar al mar para que no canse?

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Los ojos no sólo ven. Sienten cuando dejamos que sus pupilas abiertas toquen vibraciones de cosas y seres. Así la experiencia aprendió a diferenciar las piedras por su sexo, a escoger las pie¬dras machos para calentarlas al rojo vivo sin que estallen y cocinar con ellas y separar las piedras hembras que aceptan ser talladas.

Ignoramos el terror ciego a la muerte y la tensión que quiebra corazones por sabernos nota intercambiable de la sinfonía total. En ella viviremos siempre siendo una a una todas las infinitas formas.

En el Tawantinsuyu nadie se sintió rey de la creación ni amo de plantas, animales, tierras ni humanos. Somos las otras formas de vida con otra cara. Sólo el hostil a la naturaleza puede ser hostil a otros humanos, que son también naturaleza.

Para nosotros el tiempo no es línea recta formada por puntos¬-momentos aislados, naciendo de la nebulosa del pasado y perdién¬dose en la nebulosa del futuro. Por ello creamos varios calendarios. Cada movimiento del mundo enlaza varias constelaciones de tiem¬pos y espacios. Pasados, presentes y futuros, lejanos y cercanos, es¬tán enlazándose en cada segundo con todas las formas del espacio.

Seguridad en el movimiento, ignorancia del vértigo, capaci¬dad de gustar la música en silencio dentro de uno mismo, integra¬ción de la personalidad a un nivel muy profundo donde se confun¬den razón, emoción, imaginación, acción, deseos, son posibles porque sentimos el tiempo y el espacio viviendo y juntándose tam¬bién dentro de nosotros.

El Tawantinsuyu adora las fuerzas reales que nos crearon y nos mantienen. Nuestro padre Inti es el Sol. Nuestra madre Pacha¬mama es la Tierra. Nos consideramos raza solar porque nuestro Inti además de fecundar a la Pachamama fue el arquitecto de nuestras ciudades, con su trayectoria nos orientó al levantar nuestros pueblos y hogares, nos indicó la mejor disposición de ca¬lles para recibir sus rayos vitales la mayor parte posible del año y del día

La Pachamama nos da vida, alimentos, vestidos y techo. Es cuna y tumba. Por eso la cuidamos con amor de toda erosión. La dejamos descansar cada 3 ó 4 años según el sembradío. La nu¬trimos con fertilizantes naturales, rotamos los cultivos. No la he¬rimos con arados de metal que le lastiman la piel e impiden la renovación de sus alimentos. Le ofrecemos el primer trago y el pri¬mer bocado, retorno simbólico.

Más allá del Inti y Pachamama hay una comunidad de fuer¬zas cósmicas demasiado sagradas para ser nombradas o dibuja¬das.
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Nuestras pirámides, aunque enormes como cerros pequeños, no rompen el paisaje, se integran a él. Son truncadas porque no creemos en un dios único, individual, sino comunitario.

Las leyes humanas no eran diferentes de las leyes naturales. Imposible vivir fuera de estas últimas. El microorganismo construye en su interior un reflejo del exterior. El átomo repite al sistema so¬lar, al Sol con su protón y a los planetas con sus neutrones. El Tawantinsuyu repitió al micro y al macro organismo haciendo de la familia la molécula básica de la organización social, repi¬tiendo al Sol con el padre y a la Tierra con la madre, ninguno su¬perior, ambos imprescindibles e inescindibles.

La unión de familias-moléculas forma la Comunidad India. El Ayllu ya cumple función de célula. Asegura la vida del organis¬mo social completo asegurando su propia vitalidad interna.

La vida no es sino la unidad armónica de las células que se multiplican y organizan. Los Ayllus multiplicándose organizadamente crearon el Tawantinsuyu. Nuestra organización social nació es-pontáneamente de la evolución natural. No del capricho de un cerebro ajeno a la naturaleza, es decir dictatorial. Nuestros calen¬darios nos ligaron al Cosmos. Ordenaron nuestra vida con el rit¬mo de las constelaciones. Aprendimos de ellas a no sufrir prisa, ni competir unos con otros, ni levantar jerarquías. La igual¬dad o democracia sideral se refleja en la igualdad de la Co¬munidad. Los miembros del Ayllu viven sin prisa y sin pausa, sin competencias ni jerarquías petrificadas, sin miedo a desaparecer, porque otros asegurarán la sobrevivencia comunal donde nadie es indispensable y todos son necesarios.

Ni en el Universo ni en el Ayllu el individuo existe. La socie¬dad fue antes que el humano individual. Nadie dijo: voy a cuidar de mí solo, no me importa mi Ayllu. En el Tawantinsuyu hubiera sido tan absurdo como si la hoja dijera a la planta: no me impor¬tas tú, voy a cuidar de mi sola.

Todas las entidades del universo trabajan comunitariamente. Consciente de ello el indio para sembrar o construir forma Minka o Ayni, trabajo comunal. Tiwanaku, Andawaylas, Sacsaywamán y todos los edificios que resistieron siglos y españoles, fueron cons¬truídos con Aynis. 15 y 20 mil hombres y mujeres guiados por la sabiduría milenaria compartida. Sus cimientos no están mezclados con esqueletos de esclavos. No fueron necesarios látigo ni máquinas. Bastó una pequeña parte de la energía comunitaria. Nuestros antepasados siempre construyeron lo más con lo menos, con los medios más simples. ¿Qué otra cosa es habilidad?

En el Tawantinsuyu el trabajo era felicidad. Como hoy en el Ayllu era comunicación con nuestra madre y con nuestros hermanos. Trabajar era aprender a crecer, a confundirse con la reproducción fascinante de la vida. En ninguno de nuestros idio¬mas trabajo es objeto, sustantivo, no dijimos "voy a hacer un, trabajo". "tengo un trabajo". Fue acción orgánica como respi¬rar o caminar.

Los días de trabajo comunal son días de fiesta. En el Tawantinsuyu el Inca iniciaba la fiesta de la siembra trazando impeca¬blemente el primer surco con una Chaquithajlla (kheswa, chaqui¬-pie, thajlla-arado) de oro. Después de haber pedido permiso a las entidades cósmicas, sobre todo a las que directamente influyen en la germinación y crecimiento, al Sol, a la Lluvia, a la Tierra y al Aire.

Hoy los Ayllus esperan ansiosamente ese día. Semanas antes las mujeres practican canciones y bailes y los hombres instru-mentos musicales. El día de la siembra, aporcamiento o cose¬cha, las montañas áridas donde los Ayllus se refugian se alegran cuando filas de comuneros las cruzan bailando. Algunas mujeres llevan siete polleras de diferentes colores y cada movimiento de sus caderas, fuertes y flexibles, forma arcoiris circulares a rit¬mo ondulante. Ya en el lugar adoran a los dioses naturales con mística profunda, directa, sin adornos.

Yo sentí el universo de¬tenerse un momentito al presenciar el rito de la continuación de la vida. Después los hombres forman grupos de cuatro, como cuatro son los elementos principales de la vida, Aire-nitrógeno, Fuego-oxígeno, Agua-hidrógeno y Tierra-carbono. Avanzan hen¬diendo la Tierra con la chaquithajlla, preparando el hueco. Las cuatro mujeres siguen, depositan la semilla, ovulan de acuerdo a su sexo.

Jamás Los Andes estuvieron tan cultivados como entonces.

Agricultura tecnológica era ciencia natural aplicada. Los desiertos actuales de la costa andina nacieron después de la destrucción de nuestros sistemas de riego. La arena de la costa andina está mezcla¬da con abono, Guano pulverizado de billones de aves marinas acumulado en millones de años. Fertilizantes de Los Andes tan poderosos como el nitrato de sodio, salitre, vivificaron durante los últimos cuatro siglos a las tierras agonizantes de Europa.

El Tawantinsuyu convirtió desiertos en tierras laborales. Los Incas abrían hoyos en los desiertos, en su fondo plantaban, al cubierto de la canícula, vegetales que capturaban la humedad del aire (9 meses al año 90 por ciento) y la incorporaban a la tierra. Con sus raíces formaban un tejido orgánico, así impe¬dían al desierto tragarse el agua de riego.

.-Si
El Tawantinsuyu sembró toda la tierra fértil y habilitó tie¬rras estériles. Pudo hacerla por su red de acueductos, principal¬mente subterráneos para no reducir la tierra cultivable. El agua era cuidadosamente distribuida por cultivos, distancias y tiem¬pos. Los canales incaicos recogían los deshielos de la cordillera andina. Atravesaban sus entrañas, corrían encima de puentes salvando quebradas gigantescas, seguían, pese a terreno tan irre¬gular, curvas perfectas de varios kilómetros de radio mantenien¬do la misma inclinación. El riego estaba asegurado.

Pozos horizontales introducidos al seno de las montañas altas recogían el agua es¬currida de las nieves eternas. Durante la noche compuertas cerraban estos pozos-canales, el agua se acumulaba y distribuía equitativamente en el día.

Minkas de decenas de miles de comuneros construyeron esos canales asombro actual de los europeos estudiosos. También cam-biaron el perfil de las montañas. Cuando el declive era demasia¬do vertical construyeron, como gradas gigantescas, andenes para retener el agua y sembrar.

Plantas servían para fijar con sus raíces las enormes piedras. Las andenerías crearon 20 millones de kilómetros cuadrados de tierra cultivable. Muchas no pudieron ser destruidas y siguen sirviendo.

El Tawantinsuyu estaba cruzado por caminos de piedra. Del Cusco, la capital, partían cuatro caminos principales a los puntos cardinales y a las cuatro regiones principales. Existían además dos sistemas básicos de caminos longitudinales. Uno seguía la costa desde Tumbes, Ecuador, hasta Coquimbo, Chile. El otro, serrano, recorría de Quito a Tucumán. Varios sistemas transver¬sales unían playa y montaña.

Los caminos incaicos no han podido ser destruidos. Tienen el lecho de piedra en un ancho de hasta 15 pies. A sus orillas protecciones de tierra guardaban del viento y sol ardiente. Cieza de León, cronista español, cuenta cómo los encontró: "Todo este camino iba limpio y echado por debajo de arboledas, y de estos árboles por muchas partes caían sobre el camino ra¬mos de éllos llenos de frutas, y por todas las florestas andaban muchos géneros de pájaros y papagayos y otras aves". (CIEZA DE LEON, Pedro: la Crónica del Perú. Lima, Inca, 1973).

Nada detenía la perfección de su trazo, si una roca gigante estaba al frente, la tallaban en gradas y descansos, si era un desierto lajas y maderas como horcones a sus costados señalaban el rumbo, si eran quebradas tan altas que las nubes quedaban debajo de los pies, construían puentes colgantes de paja, totora u otras plantas vivas, es decir sin cortar raíces, al contrario, cuidándolas. Los españoles pudieron cruzarlos con caballos y cañones.

A cada 4 Ó 5 horas de caminar esperaban aposentos llamados Tambos, algunos todavía siguen sirviendo en los pliegues andinos. En los tambos los caminantes encontraban agua fría y hervida, fuego para cocinar, lecho y alimentos. Parte de las cosechas comuna¬les iba a los tambos. Ni en viajes largos los habitantes de la nación Inca portaban comida, agua, ni cobijas. Libres de toda forma de dinero estaban libres del temor de ser asaltados.

El sistema de correos dependía de los Chasquis. Ellos vivían con sus familias, por turnos, a la orilla de los caminos, a distancias que podían correr sin descansar. De Limatambo al Cusco un obje¬to podía ser entregado en tres días, a un promedio de 250 kilóme-tros por día. Los españoles agotando sus caballos necesitaban dos semanas para cubrir tal distancia. Cuando no transportaban una encomienda usaban la acústica de valles y quebradas. Gritaban el mensaje, el eco estiraba su voz salvando rápidamente distancias.

Tierra, ríos, peces, bosques, rebaños, nubes, todo era comu¬nal, de todos en general y de nadie en particular. La Tierra se dis¬tribuía anualmente a las familias. Al nacimiento de cada criatura recibía una parcela adicional, otro tupu, los historiadores blancos todavía discuten sobre el tamaño del tupu. Variaba con la altura, fertilidad y humedad del suelo. Su medida era producir alimento suficiente a una persona de cosecha a cosecha. Las familias reci¬bían tupus en diferentes altitudes para su comida variada, de valle y montaña. La redistribución anual prevenía la caída en el egoís¬mo personal, las mejoras en las parcelas eran por fuerza beneficio comunal.

Los Ayllus siempre cosecharon más de lo que comían. Elec¬ción de las mejores semillas, sistemas de riego, fertilizantes natura¬les, rotación de sembradíos, descanso periódico de la tierra y trabajo comunal daban cosechas excelentes.

Las cosechas se dividieron en dos partes. La grande fue a las familias para su consumo. La pequeña, llamada parte del Inca, se distribuyó en depósitos, como la grasa está almacenada en el cuer¬po humano. Cumplió las mismas funciones. Fue reserva para catástrofes, terremotos, grandes sequías, inundaciones. Al acumu¬larse esta comida social iba a tambos o servia como ayuda a otras comunidades, pueblos, para ancianos, viudas, huérfanos.

Estos además tuvieron para sí los tres surcos más cercanos a los caminos. Aunque hubo abundancia el bienestar dependió más de la distri¬bución equitativa que de la opulencia: el trabajo era general, desde el Inca hasta el comunero. El Tawantinsuyu no conoció persona ni sector viviendo y gozando trabajo ajeno. La acumulación privada fue desconocida e innecesaria. La acumulación comunitaria llenaba siempre los depósitos.

La papa y otros tubérculos se guardaban años sin podrirse. Secados con la técnica actual de los Ayllus. Las papas envueltas en sacos de paja son remojados en los arroyos de los deshielos. Reciben el Sol quemante del altiplano a intervalos. Frío y calor combinados las seca sin quitarles sabor ni poder nutritivo. Chuño, Tunta, Kaya, etc., pueden ser guardados ya en cualquier clima por siglos. Para cocinarlos basta remojarlos horas antes, dejarlos re¬cuperar su agua, hincharse y ablandarse.

En el Tawantinsuyu tener hambre era delito, también cami¬nar harapiento o sucio.

En los extraños casos de persistencia con¬tumaz el castigo era la muerte. La salud de la Comunidad, como la del cuerpo, exigía eliminar a sus células-miembros descuidados de su propia vida. En aymara no existe la palabra hambre, debe de¬cirse falta de comida. La riqueza funcional de este idioma se mues¬tra, por ejemplo, en sus seis verbos para levantar, Waytam es le¬vantar un objeto pequeño de una oreja, Ittam es levantar un ob¬jeto más grande de dos orejas, Ek'tam es levantar una hoja de papel, una sábana o algo plano y ligero, Astam un plato, fuente o recipiente plano, Ichtam algo pequeño como un grano de quinua, maíz o, metafóricamente, un bebe y Aptam levantar en general.

El vestido en el Tawantinsuyu estaba asegurado. Vivían millones de alpacas, vicuñas, chinchillas y demás animales andi¬nos, hoy extinguiéndose por el asesinato frenético de los comer¬ciantes. Decenas de miles de mujeres, niños y hombres formaban cercos gigantescos. Al ritmo de risas y canciones, con gritos y agitando colores, el cerco se estrechaba encerrando miles de al¬pacas, vicuñas, etc. Los trasquilaban, curaban a los enfermos o ac¬cidentados, les quitaban espinas enterradas, les solucionaban cual¬quier problema. Los animales ya decrépitos eran muertos para aprovechar carne, lana, cuero, grasa como medicina, huesos para agujas. Nada se desperdiciaba.

Tintes eternos, salidos de plantas, insectos, minerales, elabo¬rados pacientemente, cuando la luna crecía o menguaba, colorea¬ban la ropa combinándola con las flores, paisajes, pájaros regiona¬les.

A las vicuñas y alpacas recién nacidas excepcionalmente boni¬tas, las de un color o una sola mancha, solían adornarlas con hi¬los y borlas de lana de vivos colores en las orejitas. Las soltaban y se iban jugando y saltando por las quebradas. Eran chispas de co¬lores que alegraban montañas, vientos, niños.

Trasquilados y curados los animales corrían libres otra vez. Hasta el próximo arreo era prohibido atraparlos, herirlos, asesi¬narlos o molestarlos.

La medicina incaica, como la india de hoy, fue natural. Por ello eficiente. Nuestras medicinas no curan enfermedad creando otra. Los pueblos del norte clasificaron 3.000 plantas curativas y nosotros compartimos ese conocimiento. La medicina preventi¬va importaba más que la curativa. Como el Tawantinsuyu era or¬den, todo tenía su tiempo y lugar. En ciertas edades se tomaban hierbas que durante milenios probaron prevenir males. Por ejem¬plo las enfermedades de la próstata, aparecidas al hombre blanco después de los 40 años, se evitaban tomando a los 25 años el agua donde hirvió el izañu agridulce.
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No dividimos al cuerpo en dos mitades, espiritual-material, curamos todas las enfermedades simultáneamente
en carne y sen¬timientos.

Los cirujanos del Tawantinsuyu operaban la masa en¬cefálica. Algunas Chullpas, momias indias, tienen cicatrizados ori¬ficios tapados perfectamente circulares en el cráneo. Otras mues¬tran dientes con obturaciones de oro. Los Mayas usaban con más frecuencia el jade como adorno en los dientes.

La tristeza fue enfermedad. La curaban rejuntado al enfermo con su ambiente. A veces escogían una planta florida, en el norte la Tiricia de flores amarillas, y dialogaban con ella. En ciertos ama¬neceres el enfermo abrazaba la planta cuya alegría le pasaba. Ma¬sajes, llevando más sangre al corazón y cerebro, también ayudaban a recobrar la alegría natural. Volvían a armonizar el ritmo inter¬no con el cósmico con ayuda de flores, arroyos, nubes, diversio¬nes. Ver flotar uno a uno pétalos de ciertas flores por arroyos cristalinos repitiendo palabras o recordando imágenes borraba las causas de algunas tristezas.

Cuando el mal estaba en la sangre parte del tratamiento solía ser cambiar de altura. Respirar más o menos nitrógeno u oxígeno cambia la proporción de los elementos de la hemoglobina o células de la sangre. Siglos después Europa quemaba a Miguel Server por atreverse a decir que la sangre pasaba por los pulmones.

Los médicos conducían sentimientos. Entraban a una casa y entraba con ellos, como su sombra, la confianza y el respeto. En Charazani, Bolivia, se formaron y forman médicos indios fa¬mosos por sus conocimientos en hierbas. Ellos siguen recorriendo los caminos andinos portando, en su maari (kheswa, bolsa colga¬da del hombro) hierbas para curar todas las enfermedades regio¬nales. Ni piden ni aceptan paga, pero todos les ofrecen alojamien¬to y comida.

Las montañas andinas son de estaño, cobre, oro, antimonio, plata, wolfram y varios otros metales. Todos ellos fueron traba¬jados por nuestros antepasados. Los mochicas, en las laderas cos¬teñas de la cordillera, soldaban, templaban y doraban el cobre con técnicas hoy desconocidas en el mundo. Según revelan los hornos descubiertos en Chan-Chan fundían sobre los 1.300 grados centí¬grados. Lograron unir cobre y berilio (esmeralda) en aleación du¬rísima capaz de cortar acero. Con esta aleación forjaban cuchillos para tallar y púas grandes para matar lobos marinos y ballenas.

Los hornos metalúrgicos incaicos fueron pequeños y dise¬minados para no envenenar el aire. Hoy asombraría su sencillez. Eran 3 Ó 4 piedras o un hueco en la arena, calentados con carbón de piedra y una corriente continua de aire. El jugo de algunas plan¬tas era usado a veces como catalizador. La orfebrería exquisita de trazos iguales y a proporción es obra de habilidad manual, no de herramientas. Con piedras de diferente forma podían doblar, cor¬tar. repujar, tallar, grabar relieves, huecos y todo lo pedido por el diseño. Los españoles vieron niños hacerla. Los moldes eran are¬na humedecida, a veces con miel de abejas.

La piedra viva es el material de construcción más noble. No se oxida, ni estira ni contrae por cambios de temperatura. Fue la materia preferida. Sacsaywamán, Andawayllas, Tiwanacu y otras construcciones kheswaymaras son bloques licuados con pasta radiactiva. El uranio, presente en nuestro suelo, era llamado "la sal que mata". As í la piedra fue moldeada a las necesidades de la construcción sin cemento ni argamasa alguna. Los ojos pueden captar la diferencia entre la piedra tallada y la licuada, moldea¬da, enfriada y endurecida para siempre.

Edificios, pirámides, platos, vasos, fuentes, no necesitaron adornos para ser bellos. La belleza no estaba separada de la utili¬dad. El balance perfecto y los colores eternos de la cerámica in¬caica eran funcionalmente adecuados a su uso y a sus símbolos. Los tejidos y las diferentes formas de unir lienzos también llegaron a la belleza por el camino de la utilidad.

Los arqueólogos se asom¬bran cómo los tejidos incaicos, pese a estar enterrados en suelos áci¬dos, húmedos y alcalinos, no pierden sus colores, principalmente los de Parakas. No develaron el misterio porque buscan tintes. El al¬godón tras mutaciones germinaba con el color ya adentro. Estos delicados injertos desaparecieron después.

El Aymara y el Kheswa son idiomas pulidos durante más de cincuenta mil años por la necesidad de organizar el trabajo y la vida comunitaria. Son idiomas colectivistas, socialistas, creados por y para gente sin categorías cristalizadas. El kheswa es la ductilidad, ternura y dulzura de valles verdes. El aymara es montaña, austeridad, sobriedad y dureza de las rocas graníti¬cas de Tiwanacu. Ambos idiomas tienen más vocales, consonantes y palabras que el español. No tienen los giros españoles para nom¬brar formas de propiedad ni modos de adquirir, transferir, perder, rentar, poseer. Ni adjetivos para alabar amos.

La escritura aymara y kheswa evolucionó desde los dibujos simplificados y simbólicos, pasó por los jeroglíficos y llegó a la máxima abstracción de cualquier simbología, el punto y la raya.

Las matemáticas incaicas conocieron la posición exacta de todos los planetas del sistema solar y confeccionaron calendarios para cada uno de ellos. Europa, siglos después, aprendía de Tolomeo que la tierra era centro del universo.

Según unos sabios europeos la tierra era un plano limitado por abismos donde los océanos se vaciaban incesantemente. Según otros sabios europeos era una se¬mibola sostenida por cuatro elefantes parados sobre una tortuga.

Las matemáticas incaicas también se afinaron hasta expresar¬se con puntos y rayas. Escritura y numeración se fundieron en la cumbre de la expresión simplificada.

Los 7 colores hablaban. Es decir toda posiblidad de un sis¬tema en blanco y negro estaba multiplicada por 49. Los Kipus eran Kajtos (Kheswa-hilos de lana) de colores. Combinaban nu¬dos-puntos y distancias-rayas para computar tierras, caminos, poblaciones, distancias, reservas o declamar poesía. Los Kipuca¬mayos eran bibliotecas.

Los Mayas también llegaron a la simbología de puntos y rayas a colores. Consideraban los números vivos por su gran movi¬lidad. Su sistema de numeración vertical significa jerarquía entre números aparentemente iguales. Pudieron calcular el año solar en 365 días y 2420 diezmilésimas y cronometrar el infinito ha¬ciendo un calendario para 374.440 años. Mientras Europa quema¬ba vivo a Galileo por opinar que la tierra se movía.

El Tawantinsuyu para conocer las entrañas del universo no necesitó instrumentos. De trecho en trecho, a lo largo y ancho del extenso territorio, aberturas en pequeños montículos seguían la trayectoria de las estrellas. Marte era Sartirrninasankha, Júpiter Pakheri y Pirúa, Llamañahui (ñahui-ojo) la constelación Alfa.

El Tawantinsuyu aunque en agricultura, medicina, astrono¬mía, fundición de metales, logró niveles no imaginados por Euro¬pa no creó armas, no organizó ejércitos contra otros pueblos ni policías contra sus habitantes. Matar no fue oficio. No habían soldados, todos, desde el Inca, eran agricultores.

La guerra de rapiña es ajena a lo armonía cósmica y por ende a la sabiduría inca.

La guerra de rapiña no existe en la naturaleza y no existió en el Tawantinsuyu. No es fru¬to natural, es invento del hombre divorciado de la Tierra. Hoy pa¬rece imposible a mucha gente imaginar millones de mujeres y hom¬bres viviendo milenios sin masacrarse. Hoy mide la civilización y el desarrollo de un pueblo su capacidad y técnica de destrucción. El Tawantinsuyu valoró los pueblos por su capacidad y técnica de construcción. La medida fue calidad de vida, no facilidad de ma¬tar. Las armas sólo miden barbarie.

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Era moral lo que apuntalaba la vida y leyes morales regían el Tawantinsuyu. No hay en el Ayllu candados ni cerraduras. Na¬da se atesora oculto. Nada se roba. Una rama apoyada en la puer¬ta decía, nadie está en casa. Dos ramas cruzadas a la entrada de un pueblo decían, no se quieren tratos con los visitantes.

Leyes cósmicas referidas a sociedades humanas se llaman le¬yes morales. Una ley es moral si beneficia a la especie. Si beneficia un sector es inmoral porque perjudica la especie. Las mismas leyes cósmicas que dan vida, la reglan y limitan. Absurdo tratar de ser libre de leyes naturales.

Las leyes morales nacen de un solo modo. Generación tras generación los pueblos van aprendiendo a depender su bienestar y vida misma de su cumplimiento. No nacen del capricho de un grupo, ni del cerebro de un supersabio, iluminado, ni de ningún dios. Son traducción a lenguaje humano de las leyes del equili¬brio cósmico.

La presión moral del Ayllu es permanente y total. Centro de organización social no es la familia sino la Comunidad. Es su res-ponsabilidad cuidar a sus miembros. La salud de cada uno es asun¬to comunal. Para reglar, las leyes morales, no necesitaron ser codi¬ficadas ni escritas. Son tradición viva. La coerción moral comunal sola evita ataques contra la ley socialmente formada . En casos raros, cuando un transgresor persistía, podía llegar a ser expulsado de su Comunidad, condenado al individualismo. Castigo temido en extremo ya que las Comunidades vecinas procuraban no tener tratos con el ofensor, pues toda ofensa era social.

Esa misma presión moral premiaba a la mujer u hombre que sobresalían dedicando su inteligencia, valentía o esfuerzo a mejorar la vida del Ayllu. El prestigio espontáneamente reconoci¬do se hacía visible. En una ceremonia se les colocaba en la cabeza la Mascaipacha, corona de plumas de pájaros pequeños de colo¬res iridiscentes. La pluma, en todo el continente, representó el pensamiento, su fuerza para remontarse como los pájaros y salvar distancias, montañas, tiempos.

La educación colectiva formaba humanos colectivos. Todos los adultos cuidaban y enseñaban a todos los niños y niñas, que los llamaban tíos. El compartir vocación influía más que la relación filial. Médicos y artistas ancianos atraían a médicos y artistas ni¬ños. Se evitó la relación asfixiante y excluyente sólo con los padres biológicos, o con uno de ellos.

Amar a niños y niñas era ayudarlas a aprender. Grabarles con el ejemplo del trabajo diario que su vida dependía de la vida comunal. Amarlos no era impedirles su crecimiento alejándolos del trabajo, único aprendizaje real. Hoy los pueblos aymaras con desprecio llaman Wawatdiosani (aquellos que hacen de sus hijos sus dioses) a padres y madres que miman a sus criaturas.

El crecimiento era fluido. Niños y adultos no estaban separados artificialmente. No había ropa, comida, ni música, especiales para niños. Estos ayudaban a la Comunidad apenas tenían fuerza y coordinación. Jugando a los cuatro años ya ayudaban a escoger las semillas por color y tamaño. Luego cuidaban un huerto peque¬ño y alimentaban conejos, aves y otros animales pequeños. Juga¬ban aprendiendo y ayudando, desarrollando músculos, sentidos. Después combinaban el pastoreo con hilado y tejido, ambos sexos. Temprano aprendían música. Cualquier cargo de responsabilidad requería habilidad musical, Revelaba armonía interna.

Pronto niños y niñas aprendían los trabajos del Ayllu. Su fe¬licidad, desbordaba en mucho al placer, nacía de sentirse día a día, creciendo, aprendiendo y ayudando.

Toda mujer y todo hombre cumplía las leyes naturales de la reproducción. El matrimonio era obligatorio. Ella a los 14 ¬años, él a los 15. Las parejas se encontraban generalmente en los grandes festivales como el Kapaj Raymi o en Inti Raymi. Vivían un año de matrimonio a prueba, el Sirwinacuy o Tincunacuspa (kheswa, encontrémonos). Después se casaban para siempre o buscaban otra pareja. Divorcio no existía. El adulterio, de cual¬quiera de los cónyuges, era casi desconocido . Las mujeres no va¬lían más o menos después del sirwinacuy. No hubo ni nombre pa¬ra la virginidad.

El sexo no fue condenado por nuestra religión ni costumbre. Por eso no fue obsesivamente soñado. Fue acto religioso. El más conveniente, natural y agradable para perpetuamos. Dibujos y esculturas salvados de la Inquisición lo muestran. Ni los ojos se salían de las órbitas ni las manos se crispaban como garras du¬rante el amor. No nos volvimos monstruos al hacerlo porque no sentimos culpa.

A los 24 años el comunero, hombre o mujer, había pasado por todos los trabajos comunales. Estaba listo para ejercer cargos de responsabilidad social
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Una colectividad agraria, moralmente reglada, genera gobier¬no simple, sin sobrepeso. Su vida sigue espontáneamente los cau¬ces probados de la tradición. El gobierno del Tawantinsuyu se forma naturalmente, de abajo hacia arriba. Cada diez, cien, mil y diez mil familias eligen sus representantes gradualmente hasta formar el Consejo de Ancianos y Ancianas. Este ratifica como Inca al vencedor de una larga serie de pruebas de resistencia, inteli¬gencia, voluntad y bondad. No hay herencia ni primogenitura. El Inca simboliza el gobierno y recibe emisarios de otros pueblos.

La pirámide truncada representa gráfica y públicamente la estructura del gobierno incaico. Su cúspide plana repite la cús¬pide del estado, el Consejo, la responsabilidad colectiva de deci¬sión.

La evolución natural de la organización comunitaria formó el estado del Tawantinsuyu. Como las células del cuerpo formaron el cerebro para regular sus funciones.

Por ello llegó a ser engranaje cósmico funcionando con el rit¬mo y eficacia silenciosa del cosmos. No nació del cerebro de un genio, ni de la guerra de un sector contra otro, ni del mandato de un dios…

Justicia es balance y balance es estabilidad. Cada año todos los cargos de responsabilidad ejecutiva se renovaban por elección directa. Con la regularidad de las plantas al renovar ho¬jas, flores y frutos. Sin reelección. Orgullo era confundirse con el pueblo, no salir de él.

Los antecesores de los egipcios aprendieron de nosotros la organización comunal y la construcción de pirámides. Pero caye¬ron en la idolatría al Faraón y por ello terminaron en punta sus pirámides.

Los Amautas, sabios de ambos sexos, vivían en los Yachay¬wasi (kheswa Yáchay-conocimiento, huasi-casa). Organizaban bibliotecas de Kipus, computaban calendarios, realizaban inves¬tigaciones y formaban nuevos sabios.

Periódicamente, o frente a sucesos importantes e imprevis¬tos, los Ayllus se reunían en asambleas generales llamadas Kama¬chico. Sin diferencia de edad o sexo; todos opinaban acerca del lugar para nuevos puentes, acequias, caminos: sobre la elección de representantes o distribución de tareas. Siendo pocos los pro¬blemas no previstos por la tradición, las reuniones eran motivo para confundirse, entre risas y chistes, con hermanos y hermanas de la Comunidad. Ni esclavitud ni servidumbre hubieran podido existir con el Kamachico.

La base de la pirámide política fueron las cabezas de familia. Difícilmente un padre o una madre robará o descuidará la comida de sus hijos. Los ancianos y ancianas del Consejo decidían lo más Importante. Por su edad ya alejados de la producción y distribu¬ción directas. Así a salvo de cualquier tentación de torcer la jus¬ta distribución de trabajos y cosechas en beneficio personal.

Ancianas y ancianos eran las joyas del Ayllu. Cuidados y res-petados porque sus arrugas guardaban sabiduría milenaria y ex-periencia de toda una vida de trabajo. Toda Comunidad está or¬gullosa de sus ancianos, enciclopedias vivientes.

La felicidad crecía año tras año. La gente maduraba con la naturalidad de plantas y animales. Sin miedo al mañana no se afe-rraban al pasado, no quedaban estancados en la niñez. De jóvenes aprendían, respetaban y obedecían. Así de viejos podían enseñar, ser respetados y guiar, cada vez con más sabiduría. Hasta el mo¬mento cuando, sin temor, regresaban a la sinfonía cósmica-, y se volvían tierra fértil, planta, ave, aire, estrella.

El Tawantinsuyu crecía, abarcaba los territorios actuales de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, y norte de Argentina y Chile. Su influencia llegó hasta Brasil, Venezuela y Paraguay. Su población, se dice, fue 40 millones aunque caminos, canales, andenerías su¬gieren más. Su bandera, siete franjas con los colores del arcoiris, fusión de Tierra, Aire, Fuego y Agua.

El Tawantinsuyu creció como células y bosques, fluída e imperceptiblemente, sin ejércitos ni masacres. Los pueblos se incorporaron viendo la confederación de Ayllus sin hambre, frío, ni miedo, conservando costumbres, autoridades y dioses locales (el respeto al Sol y la Tierra está extendido por todo el continente, Aymaras y Kheswas tienen los mismos nombres para ambos). En el Cusco siempre había un altar vacío reservado para dioses nuevos. También residencias y tupus para las familias nuevas. La variedad de gentes dentro del Cusco se reconocían por sus ch'u¬lIus locales. Usaban su idioma entre sí y el kheswa con otros pue¬blos.

La comunidad igualitaria de humanos creó la comunidad igualitaria de dioses locales. La alianza se hacía permanente hermanando sangres. Mediante Mitimaes. Comunidades de clima y suelo semejantes se trans¬plantan a la nueva región para siempre y se fundían con sus nuevos hermanos. Al mismo tiempo igual número de familias de aque¬lla región ocupaban las tierras de labranza dejadas por los miti¬maes, impecablemente cuidadas, regadas, fertilizadas. Así, aprehendiendo y enseñando las Comunidades se emparentaban. Sin perder su carácter ampliaban el Tawantinsuyu.

Los Andes jamás estuvieron más vivos. Pastaban manadas de miles de sajinos, venados; vicuñas, alpacas, etc. En los ríos se podían matar los peces a palos. Miríadas de patos y otras aves espolvoreaban el azul del cielo.

La plantita llega a la cumbre de su desarrollo y agradece al ambiente con los colores, perfumes y formas de sus flores. Así, la vida comunal, cuando llegó a la cumbre de su organización con el Tawantinsuyu, se dedicó a crear belleza, la abundancia material no corrompió su esqueleto moral. En nuestro mundo comunal todo estaba ordenado en su tiempo y lugar, las festividades en días fijos, la música y el baile gustaban al máximo, pues el mucho dulce empalaga, la energía sobrante florecía en competencias de velocidad, destreza y fuerza, en grandes fiestas como el Inti Raymi, 24 de Junio.

El Cusco fue repetido a escala en el Juchuy Cusco (kheswa Juchuy - pequeño). Hasta los acueductos subterráneos seguían la proporción. Se lo desconoció porque su dueño, un terrateniente, encerraba allí sus vacas.

Al sur de Lima, en Nazca, Perú, nuestros antepasados dibu¬jaron la evolución de la vida, comenzando cuando el tiempo y el espacio se juntaron para crear el microrganismo, su evolución a pez, reptil, ave, insecto. Las líneas de estos dibujos para descon¬cierto de Europa, se extienden kilómetros sobre desiertos, monta¬ñas, valles. Algunas trazan la trayectoria de las estrellas más bri¬llantes, fueron vistas recién hace algunas décadas por pilotos pe¬ruanos. El Skylab (laboratorio del cielo) el 20 de agosto de 1973, fotografió tales dibujos desde la estratósfera. Desde tal altitud resalta la perfección de sus perfiles y proporciones.

Difícil para Europa aceptar nuestra sabiduría. Pero son tes¬tarudas las rocas de los edificios incaicos. Europa encuentra aún más difícil aceptar evidencias de nuestra organización social.

El Cosmos maravilla en todos sus niveles. Su perfección golpea cada minuto nuestros ojos domesticados. La plantita más humilde sabe más química, física, matemáticas, decoración, que todos los cerebros humanos juntos. Y una computadora semejan¬te a un cerebro humano necesitaría la energía y agua gastada por Nueva York en un año.

La vida incaica desborda la comprensión del público indus¬trializado. la máquina uniforma comidas, vestidos, músicas, ex¬pectativas, razonamientos y sueños. Impide comprender que ser feliz es construir nuestra casa o parte sustancial de ella; sembrar, cuidar, cosechar y cocinar la propia comida; decidir el vestido; curarse; poner ritmo propio a nuestras alegrías y tristezas; cuidar el derecho de aprender con nuestros errores. Siempre seremos del tamaño de nuestros trabajos, de la habilidad y torpeza de nuestras manos y mentes.

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